En Bucaramanga, mientras los ciudadanos se preguntan si podrán seguir pagando el gas –o si obligatoriamente empezarán a cocinar con leña para darse un abrazo con la pobreza– el gerente de Gasoriente, Juan Felipe Rojas, promete tarifas “estables”. Según él, el metro cúbico costará unos $2 585 y, siempre que “nada extraordinario ocurra”, pues vivamos todos felices en la ignorancia.
Mientras tanto, las cifras reales son más pintorescas: un aumento acumulado del 61 % entre marzo y diciembre de 2024, seguida de otro salto de 20 mil pesos de la noche a la mañana. Eso sí, la empresa afirma que solo importa un 25 % del gas, pero si ese porcentaje sube, amenazan con tarifazos del 45,8 %, o… ¡prepárense para casi duplicar la tarifa si todo llega importado!
La ciudadanía ya estalló: hubo plantones frente a Vanti, y la Liga Nacional de Usuarios anuncia acciones legales por ese “ajuste injusto” que amarra los salarios a un recibo de servicio público que no da tregua. Y como cereza amarga en el pastel, la Superintendencia ordenó devolver cobros indebidos: algo así como aceptar que sí nos estaban robando, pero… ya se devolvieron. Pronto todo volverá a comerse con papas fritas de leña.
¿Qué ofrecen las soluciones oficiales? Más fracking, más impuestos, más burocracia y la promesa de que en diez meses –cuando los políticos cambien de discurso– todo estará bien. Mientras tanto, los ciudadanos veremos si el recibo del próximo mes es otra broma de mal gusto.
En resumen: el poder le mira la cara a la gente y promete no subir… si “nada extraordinario” pasa. Y claro, que nada extraordinario pase a la economía nacional, los mercados internacionales, el terrorífico fracking y la paciencia de quienes ya no saben si van a arrendar o encender velas para calentar sopa. Rata la que se eche del bolsillo.