En Bucaramanga, el caos en el sistema de transporte público parece haber alcanzado su clímax. La reciente renuncia del gerente de Metrolínea y el retiro del único operador activo han dejado a millas de ciudadanos a la deriva, mientras las autoridades parecen más preocupadas por repartir culpas que por ofrecer soluciones.
El gerente saltó del barco con una carta de renuncia que podría resumirse en un «hasta aquí llegué», mientras el operador se retira alegando condiciones insostenibles. Todo esto ocurre en un sistema que ya agonizaba por la falta de mantenimiento, incumplimientos y una pésima administración que ha sido la comidilla de la ciudadanía durante años.
La situación plantea preguntas incómodas: ¿quién responde por los usuarios que diariamente dependen de este servicio? ¿Dónde están las soluciones concretas de los gobernantes? Mientras tanto, los ciudadanos, una vez más, cargan con el peso de un sistema público que parece diseñado para fallar.
Lo que debía ser un sistema moderno y eficiente ha terminado convirtiéndose en el símbolo del desinterés político y la mala gestión. ¿Será este el golpe final para Metrolínea o simplemente otro capítulo de su lenta decadencia? Por ahora, todo apunta a que los ciudadanos tendrán que encontrar alternativas por su cuenta, mientras los responsables se lavan las manos.