Una presunta joya arquitectónica de 17 pisos, 95 apartamentos, sauna, turco, jacuzzis y más, aparece misteriosamente valorizada en apenas 603 millones de pesos en escrituras firmadas por la empresa familiar del exfuncionario Carlos Ramón González. Pero, sorpresa, en la vida real el inmueble vale entre 10 000 y 17 000 millones, según el Tribunal Superior de Bucaramanga y contratistas afectados. Una verdadera ganga… si uno tuviera un millón de gallinas para poner de la nada, pero para simples mortales es pura estafa en calzoncillos.
Los contratistas de obra eléctrica y de madera —esos que sí pusieron sudor y dinero real— tuvieron que demandar por incumplimiento de pago. Y el tribunal no tardó en descubrir que el traspaso de este “rascacielos” familiar fue una escritura maquillada: 17 pisos, tres sótanos y lujo de hotel disfrazados de lote económico. Según la juez, “el precio de la escritura es simulado… eso es lo más cierto en el proceso”.
¿Y el origen de la plata? Ah, esa sigue siendo una incógnita digna de novela negra. Una microempresa con capital de arranque de apenas 400 millones habría desembolsado más de 9 000 millones, lo cual es como decir que un hombre corriente se compró un satélite con su alcancía de café. Por supuesto, González -exguerrillero del M‑19, despachador de inteligencia en el gobierno de Petro y ahora excandidato al récord de opacidad financiera– no explicó nada de ese agujero fiscal. Tampoco su esposa, funcionaria del Sena, quien aparece firmando escrituras con su cuñado, el mismo que sería “inhabilitado” por conflictivo vínculo familiar.
Ya saben: tremenda torre con spa, gimnasio, planta eléctrica, dos ascensores y más comodidades, registrada como si fuera un simple lote en La Concordia. Una estafa legal impúdica con firma y sello notarial. La pregunta real es si la justicia dejará correr este show o si caerá el telón antes de que sigan robando elegancia en papel borrador.
Mientras tanto, los ciudadanos miramos esta ópera bucaramanguera con cansancio y desdén: los poderosos siguen jugando Monopoly con edificaciones millonarias, mientras la gente común lucha con arriendo, transporte y promesas incumplidas. Si esto no merece una sacudida, ¿qué demonios sí? La justicia tiene en sus manos un guion dramático donde el protagonista se pasea impune por el libreto, pero con la lupa pública encima.