Mientras los cielos lloran sobre el sur de Santander, los municipios de El Carmen de Chucurí, Simacota, Santa Helena del Opón y Vélez siguen incomunicados, pero no por culpa del clima, sino por décadas de abandono estatal. Las vías colapsaron como promesas políticas en campaña, y millas de ciudadanos hoy están atrapados entre el lodo y la desidia.
En lugar de maquinaria amarilla, los habitantes cuentan con palas, fe y resignación. Porque sí, las lluvias caen con fuerza, pero más fuerte ha sido la indolencia de las administraciones locales y departamentales que, año tras año, anuncian “planes de contingencia” que no pasan de un PowerPoint mal hecho. Y mientras tanto, los campesinos pierden sus cultivos, los estudiantes sus clases y los enfermos su acceso a la salud.
¿Dónde están los millones del Fondo de Gestión del Riesgo? probablemente en algún escritorio con aire acondicionado o convertidos en contratos fantasmas que jamás llegaron a las veredas. Es curioso cómo las emergencias se repiten como las excusas de los políticos: con precisión milimétrica y la misma falta de vergüenza.
Santander no necesita más comités de emergencia; necesita acción, inversión real y gobernantes que se remanguen la camisa en lugar de remangarse para las fotos. Porque aquí, cada gota que cae no solo moja la tierra: moja la conciencia sucia de quienes prometieron protegerla.