En Bucaramanga, la novela de Metrolínea continúa, y como en toda buena telenovela, los protagonistas son los mismos: políticos que prometen y no cumplen, y ciudadanos que sufren las consecuencias. El sistema de transporte masivo, que alguna vez fue la esperanza de movilidad para miles, hoy es el símbolo de la desidia gubernamental y la ineficiencia administrativa.
El Gobierno Nacional, en un acto de prestidigitación política, ha decidido que los $30.000 millones necesarios para rescatar a Metrolínea «no son su responsabilidad» . Mientras tanto, los usuarios siguen esperando buses que no llegan y soluciones que nunca aparecen. La ministra de Transporte, María Constanza García, envió una carta al alcalde de Bucaramanga exigiendo un plan de contingencia, como si la solución estuviera en un papel y no en acciones concretas .
El presidente Gustavo Petro, en un gesto magnánimo, expresó su disposición a salvar a Metrolínea, pero claro, con condiciones. Entre ellas, que el sistema recupere el 70% de sus rutas, una hazaña digna de un milagro en la actual situación . Mientras tanto, los ciudadanos siguen pagando el precio de la inacción y la burocracia.m
La realidad es que Metrolínea se ha convertido en un monumento a la incompetencia. Con una deuda que supera los $508.000 millones y una flota de buses reducida a su mínima expresión, el sistema está al borde del colapso . Y mientras los políticos se lanzan la pelota unos a otros, los ciudadanos siguen esperando un transporte digno. Pero claro, para ellos, siempre hay tiempo para promesas y excusas.
En resumen, Metrolínea es el reflejo de un país donde las soluciones se postergan, las responsabilidades se evaden y los ciudadanos se resignan. Porque en Colombia, la movilidad es un lujo, no un derecho.
