El agua, ese derecho fundamental, parece ser un lujo en Santander, y no precisamente por su escasez, sino por la pésima gestión de Acuasan. La empresa de acueducto y alcantarillado de San Gil reportó pérdidas astronómicas de $984 millones en 2024, dejando a los ciudadanos con una pregunta clave: ¿Dónde quedó el dinero?
Mientras los hogares Sangileños pagan tarifas elevadas y reciben un servicio que deja mucho que desear, la empresa se ahoga en deudas y fallos administrativos. Según las cifras, los ingresos no alcanzan para cubrir los costos, pero ¿acaso no es ese el resultado obvio de una administración ineficiente? ¡Casi mil millones desaparecidos y nadie se hace responsable!
Las excusas ya están sobre la mesa: que si los costos operativos, que si la inflación, que si las inversiones. Pero lo cierto es que la plata se va como el agua entre los dedos, mientras los ciudadanos siguen esperando mejoras que jamás llegan. ¿Qué tan difícil es garantizar un servicio básico sin que las cuentas terminen en rojo?
San Gil, un destino turístico clave, debería tener un sistema de agua impecable, pero en su lugar, los ciudadanos pagan las consecuencias de la incompetencia. La gran pregunta es: ¿seguiremos permitiendo que el agua se pierda en tuberías rotas y bolsillos ajenos, o alguien finalmente responderá por este desastre financiero?