La prestigiosa zona de Cabecera en Bucaramanga se convirtió en un auténtico campo de batalla vehicular cuando, sorpresivamente, los semáforos de la vía principal decidieron tomarse el día libre. Los conductores, acostumbrados a la sincronización perfecta de las luces, se encontraron en una danza caótica de bocinazos y maniobras temerarias.
Mientras tanto, nuestras autoridades, siempre tan diligentes, brillaron por su ausencia. ¿Será que también se quedaron atrapados en el tráfico o simplemente decidieron observar el espectáculo desde la comodidad de sus oficinas climatizadas? Los ciudadanos, esos eternos protagonistas olvidados, se preguntan si alguna vez habrá una planificación que evite estos desastres anunciados.
No es la primera vez que Bucaramanga se enfrenta a este tipo de situaciones. En ocasiones anteriores, como en 2011, ya habíamos experimentado el caos por fallas similares.  Parece que la historia se repite y las lecciones no se aprenden.
Mientras tanto, los comerciantes de la zona ven cómo sus ventas disminuyen y los peatones arriesgan sus vidas al cruzar calles convertidas en pistas de carreras. Quizás sea hora de que nuestras autoridades dejen de lado las excusas y comiencen a trabajar en soluciones reales para una ciudad que merece algo mejor que este desorden cotidiano.
